El misterio del hambre ausente

Si estás por aquí, es probable que compartas conmigo la pasión por el mundo de la literatura de misterio y, por supuesto, su relación con la comida. Dentro de este universo es común seguir de cerca a protagonistas que viven sin parar entre persecuciones, enigmas, giros inesperados y peligros inminentes.

Sin embargo, hay un detalle que suele pasar desapercibido: estos mismos personajes que van y vienen, raramente comen. ¿Lo has notado?

Alguna vez al terminar de leer un libro entero me he preguntado cómo es posible que los protagonistas hayan podido estar enredados en persecuciones, revueltas, resolución de enigmas y todo ello sin probar un bocado, ya no digamos, aunque sea un sorbo de vino para calmar los nervios.

Ello me lleva a preguntarme si esto es una simple omisión o si hay razones más profundas dentro de este ayuno permanente. Me ha parecido un tema interesante y me encantará compartir contigo algunas de mis reflexiones sobre la literatura y la gastronomía.

La adrenalina como alimento

Una posible explicación radica en el vertiginoso ritmo que estas historias suelen tener. La tensión y el suspense son ingredientes clave para mantener en vilo al lector, y en ocasiones, describir una comida puede ralentizar la acción, diluir la acción y distraer la lectura.

En una novela de misterio, donde cada segundo cuenta y los personajes están en constante movimiento (físico e intelectual) para resolver un crimen o descubrir un secreto, detenerse para una comida tranquila puede parecer un lujo innecesario. En cambio, una comida rápida, algo para llevar, sin detenerse mucho a pensar en ello, encaja mejor con el ritmo acelerado de la historia, manteniendo la urgencia y la sensación de inmediatez.

Por otra parte, los detectives y protagonistas del género del misterio suelen ser presentados (en su mayoría) como seres intelectuales, eficientes y prácticos.

Una de sus fortalezas suele residir en sus capacidades de observación, deducción y análisis. Mostrar a un detective o a un investigador dedicando tiempo a una comida larga y pausada podría contrastar con la imagen de alguien implacable y que está siempre en movimiento.

Así pues, comer de pie, tomar un café en una estación de servicio, o engullir un sándwich (o una hamburguesa grasosa) mientras revisan documentos y hacen deducciones, refuerza la idea de que están tan dedicados a su trabajo que relegan las necesidades vitales como dormir o comer, lo que enfatiza su entrega absoluta a la resolución del caso.

Esta representación casi sobrehumana resalta su compromiso y sacrificio por la búsqueda de la verdad; y los eleva por encima de las necesidades básicas. 

Por supuesto, existen excepciones: el gran detective gastronómico Pepe Carvalho creado por Manuel Vázquez Montalbán quien con su ayudante Biscutier, llena de descripciones gastronómicas deliciosas los misterios que resuelve. También está el comisario Montalbano de Andrea Camillieri, con una nariz especial para los misterios y un paladar exquisito; y no podemos olvidarnos del mismísimo Poirot, de Agatha Christie, quien elige con especial cuidado todo lo que se lleva a los labios, casi con el mismo cuidado con el que sopesa cada uno de los sospechosos a los que se enfrenta.

Pero de ellos hablaremos más adelante. 😉 😉

Cuestión de género literario

Cada género en la literatura tiene sus propias convenciones y las escenas que relatan comidas más detalladas suelen encontrarse en géneros donde los ritmos pueden ser más pausados y la vida cotidiana tiene mayor protagonismo.

En cambio, en las historias de misterio las expectativas suelen centrarse en el suspenso, la intriga, la acción y la resolución del enigma. Es por ello por lo que cada escena debe tener un propósito claro: avanzar en la trama, desarrollar alguna pista o añadir suspense. Tal como sucede en Amor, el relato corto de Andrea Camilleri, en el que una indigestión causada por un pastel de cumpleaños es lo que permite desentrañar una nueva pista.

La adrenalina es el combustible que impulsa tanto al protagonista como al lector, por lo que, de aparecer los personajes sentados alrededor de una mesa, debe ser un banquete en el que este ingrediente sea el plato principal.

Un desafío culinario y literario

La falta de escenas de comida largas y detalladas el género del misterio suele deberse a una combinación de razones narrativas, estilísticas y prácticas.

En las novelas de misterio, cuando sí aparecen momentos alrededor de una mesa, a menudo tienen un objetivo más profundo. Se vuelven parte de la trama de forma que contribuyan al desarrollo de la historia. 

Un personaje puede confesar un secreto durante una comida familiar o dejar escapar una pista importante mientras sirve una copa de vino, por ejemplo. Incluso un manjar que pasaba desapercibido en la mesa puede convertirse en la clave de la historia al verter uno de los protagonistas un veneno sobre él. O, al menos, ser acusada de hacerlo como le sucede a Agatha Raisin en La quiche letal cuando su vecino muere tras comer un trozo de quiche que ella le ha llevado.

Y así, de cualquiera de estas o muchas otras formas, la comida se convierte en un vehículo para la acción o el conflicto, no en un momento para disfrutar de un buen plato (aunque hay ocasiones en las que también es un momento de gozo y placer). Esos pasajes se convierten en un elemento más del misterio a resolver, añadiendo intriga, revelación o incluso tensión a la trama.

Sin embargo, estas escenas suponen todo un desafío para el autor. 

Se requiere una cuidadosa maestría para asegurarse de que el hallazgo se sienta natural y no forzado. La dificultad de escribir una escena de comida que mantenga el ritmo y la tensión del misterio, y por supuesto, mantengan la atención del lector, podría ser otra razón por la que se omiten por completo.

Alimentando el misterio

Quizás es hora de que los protagonistas de las novelas de misterio hagan una pausa para comer. 

No solo para satisfacer una necesidad básica, (que para eso basta con un mal sándwich) sino para añadir profundidad a sus relaciones y al mundo que habitan. Después de todo, una comida puede ser tan reveladora como la pista más astuta, y el último bocado tan satisfactorio como desvelar el misterio final.

Incluir momentos gastronómicos en una novela no sólo humaniza a los personajes, sino que también enriquece el mundo que los rodea y puede hacer que el lector conecte con ellos. De ahí que en mis obras haya procurado servirme de la gastronomía y el vino como aliados para complementar el suspense, pero también como una forma de retratar a los personajes a través de sus elecciones. Como en mi relato Mantequilla, en el que la manera de preparar un grill sándwich ofrece una perspectiva del carácter del personaje.

La comida es un lenguaje universal que puede revelar detalles culturales, emocionales y contextuales. ¿Quién no ha sentido alguna vez que un buen plato o una copa de vino puede decir más que mil palabras? Por eso, al igual que el último sorbo de un vino exquisito, el desenlace de una buena novela de misterio debe dejar un sabor inolvidable en el paladar del lector.

¿Cuál es tu opinión sobre este tema?

Me encantaría leer tus propias reflexiones en los comentarios.

Para profundizar un poco más sobre la relación entre la literatura y la gastronomía, puedes leer el inicio de la serie «Sabores y misterios».

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Literatura y gastronomía